APREC
Agencia Para la Resolución de Conflictos. Mediación
sábado, 28 de enero de 2023
La guerra. Triste guerra
lunes, 19 de julio de 2021
PREMIO BLOG DEL DÍA
¡Estamos de enhorabuena!: el blog aprecmedia ha recibido el premio "Blog de día" que otorga blogdeldia.org
Nos ha hecho muy felices y queremos compartir la noticia con todas las personas de la blogosfera.
Cuando comienzas un blog, aspiras a aportar algo de belleza a este espacio. Puede que solo equivalga al aleteo de una mariposa, pero quién sabe hasta pueden llegar sus efectos.
Gracias a Marta Sanz por la labor que hacen dando a conocer blogs como aprecmedia, que según su selecto criterio, merecen visibilidad.
Podéis leer la entrevista en: https://www.blogdeldia.org/2021/07/aprec-agencia-para-la-resolucion-de-conflictos-mediacion/
jueves, 20 de mayo de 2021
EL PATIO
En cuanto suena la música, los pasillos y las escaleras se llenan de gente que desciende hacia el patio y hacia la cafetería. En la cafetería, rápidamente se hace una cola para recoger los bocadillos encargados o para pedir algo de almuerzo. Rubén ha conseguido acercarse a la barra, pero la mujer parece no verlo. Intenta llamar su atención:
--¡Disculpa...!
La mujer se mueve todo lo rápida que puede sirviendo paninis, zumos,
empanadillas y chuches.
Rubén lo intenta de nuevo:
--Disculpa, ¿me das un cruasán?
La mujer le mira, pero continúa atendiendo a las personas de su lado.
Finalmente se vuelve y coge un cruasán y se lo entrega.
Rubén le da las monedas y se da la vuelta para irse hacia el patio. Detrás de
él se han situado cuatro alumnos más mayores que él. Cuando intenta abrirse
paso, empiezan a empujarlo haciendo como que les ha molestado. El cruasán cae
al suelo. Rubén lo ve caer y mordiéndose los labios sale en dirección al patio.
El cruasán queda en el suelo, en medio de los tipos que se ríen y se piden unos
a otros que lo cojan. Nadie se anima. Un segundo, 50 segundos, un
minuto... Los matones pierden el interés por el cruasán. Me ha llegado el turno
en la barra. Cuando vuelvo a girarme el cruasán ha desaparecido, Los matones
todavía siguen ahí.
La violencia social se extiende por
debajo de lo cotidiano como una mancha de petróleo invisible y en algún momento salta la chispa y se provoca el incendio. Lo
sofocamos y nos olvidamos de que la mancha sigue aumentando su extensión, ganando
terreno.
La vida se está poniendo difícil y esto se percibe de
manera muy clara en los centros escolares. Las familias sobrepasadas no pueden
hacer frente a los problemas de adolescentes enganchados al móvil y a los
juegos online (a veces a sustancias peores). Faltos de habilidades sociales y con mucho
malestar, habiendo dormido poco, se presentan diariamente en el instituto que
perciben como una especie de centro penitenciario en el que serás sancionado a
nada que te saltes las normas.
Se construyen espejismos sobre el
aprendizaje que no deja de ser una carrera de obstáculos en la que el alumnado
es tratado como seres inacabados que serán año tras año seleccionados para que al final
solo lleguen los mejores, académicamente hablando.
Hay poca empatía, solidaridad, generosidad,
en el sistema educativo. Aunque se llenen los vestíbulos con murales que
recogen los valores a defender, la realidad sigue pasando de largo, sin
detenerse. Los empujones, zancadillas e incluso la cruel invisibilidad siguen
dándose en los pasillos. Al final todos sobrevivimos como podemos. Pero de
cuando en cuando, la chispa salta y se monta. Al día siguiente, todo habrá vuelto a la
normalidad.
martes, 27 de abril de 2021
TRIPAS
TRIPAS
Durante una exposición de clase, nos explicaba el alumno que
Nerón cubría a sus víctimas con pieles ensangrentadas antes de lanzarlas a ser
devoradas por los perros hambrientos. La escena descrita se traduce casi de
inmediato en una imagen mental. Los romanos, con los que estamos tan
emparentados, fueron un pueblo fascinado por la violencia, que hicieron de ella
un espectáculo de masas.
Hoy no tenemos circo romano, pero las imágenes violentas nos continúan
impactando a través de los medios de comunicación, las redes, las aplicaciones
de internet, las ficciones televisadas.
Incluso los expertos afirman que en términos absolutos “se ha disparado
la contemplación de la violencia diferida que recogen los medios audiovisuales.
Ya no presenciamos decapitaciones en la plaza pública, pero las visionamos en
You Tube”. (Pérez, J.C., 2018).
Además, con la
experiencia que tenemos, podemos
asegurar que esas imágenes son cada vez más truculentas, realistas,
impactantes. Nos acostumbramos
rápidamente al horror y necesitamos mayores dosis de este para que nos
continúen afectando.
Al mismo tiempo que la sensibilidad hacia el sufrimiento
animal se extiende, que nos preocupamos por la devastación de los ecosistemas,
por reciclar y evitar los traumas de los infantes, como si un lado alimentase
al otro, la violencia que consumimos diariamente a través de imágenes y
ficciones, va en aumento.
Actrices que protagonizan escenas violentas en series como
Juego de Tronos, se han quejado de haberse sentido maltratadas durante su filmación.
No es un tema baladí. Cuando les comento a mis alumnos de doce años
que dicha serie tiene escenas muy violentas, me responden con extrañeza que
“eso no es nada”, que por supuesto que la han visto (no sé si será cierto).
Otro tema es la violencia en los videojuegos o la exposición
temprana a contenidos pornográficos que sufren los preadolescentes. Trato de que entiendan que el ver este tipo
de cosas no les hace más mayores, sino que es como si les atrofiasen, les
sustrayesen su sensibilidad. Me miran
como si fuese una especie de mojigata, lo que quizás estén pensando ahora mismo
los lectores del blog. No me considero una defensora de la moral ni de las
buenas costumbres. Solamente propongo una reflexión: ¿qué necesidad hay de
incluir escenas explícitas de violaciones y descuartizaciones en cada película, serie…? Es como si
elaborasen la obra con los ingredientes
seguros, esos que saben que triunfan aunque el guion sea un aburrimiento: sexo,
violencia y tripas.
Juan Carlos Pérez Jiménez nos avisa: “La exposición continua
a programas violentos produce, definitivamente, un efecto en el niño, que
refuerza una conducta o actitud ya existente o que le enseña nuevas formas de
comportamiento”.
Como sociedad tenemos actitudes y discursos totalmente contradictorios.
Hemos logrado que los niños no sean objeto de violencia física, al menos sin
que esto tenga consecuencias jurídicas, y sin embargo, los dejamos solos con el
ordenador o la tablet expuestos a todos
esos vídeos e imágenes llenos de horrores que circulan libremente por la red.
Bibliografía: Pérez, J.C. (2018), La violencia como
espectáculo. Un deseo ardiente, un placer secreto y un delicioso escalofrío, Revista Stultifera, 1 (1), 13-29.
DOI: 10.4206/rev.stultifera.2018.v1n1-02
miércoles, 14 de abril de 2021
A CONTRARRELOJ
¿Qué es el tiempo? Parece que fueron los sumerios los
primeros en dividir los movimientos del cielo en intervalos mensurables: 360
para días para contar un año, seis veces sesenta. Esa esfera redonda que llamamos
reloj y que divide el tiempo en doce partes de sesenta minutos tiene algo de
sistema perfecto, fascinante. Son esos objetos perfectos que nunca dejarán de
existir, aunque los nuevos formatos tecnológicos les hagan la competencia.
El tiempo, ¿lo dijo Charles Chaplin?, "es el mejor autor; siempre encuentra el final perfecto".
“Tú tienes reloj, yo tengo tiempo”, le dijo el tuareg Moussa
Ag Assarid al periodista Víctor M. Amela durante una entrevista en La
Vanguardia. Es pensar en esa frase y me
parece ver ante mí la arena del desierto, sentir la brisa cálida, ver a los
camellos avanzar lentamente en caravana sobre la cresta del duna.
Cuando visité Marruecos,
me llamaba mucho la atención los cafés, llenos de hombres que parecían
estar ahí simplemente contemplando el transcurrir del tiempo, totalmente ajenos
a ajetreo de los viandantes y de los vehículos en una ciudad estresada. ¿Cómo podían permitirse el lujo de estar
ahí sentados, tan tranquilamente?, me
preguntaba. ¿Acaso no tendrán que ganarse la vida?, ¿nada qué hacer?
En nuestra cultura
nos educan desde niños con el imperioso mandato de “no perder el tiempo” y hoy
en día será raro encontrar a alguien que no se queje de estrés y de falta de
tiempo. Su carencia nos sirve de excusa para no llamar a los padres, a las
hermanas o amigas. Nos hemos convertido todos en el conejo apresurado del
cuento de Alicia.
Sin embargo, el tiempo, aparte de ser algo objetivo,
medible, mesurable, es una ilusión. Sabemos que es, en su paso, irremediable. Pero que la vivencia del tiempo
cada uno la tiene para sí.
En cuanto tenemos tiempo, nos entra la angustia de no saber
cómo matarlo. “Matar el tiempo”, bonita expresión. Siempre vamos buscando la
manera de que el tiempo pase rápido,
porque si no, sentimos que nos aburrimos, que
algo va mal.
En las películas, en las series, las personas ricas, de
éxito, o están tumbadas tomando el sol en la piscina o están corriendo de un
lado para otro. No hay término medio. Y así vivimos.
Podríamos seguir con estas reflexiones en torno al tiempo,
pero ya se sabe, “el tiempo es oro” y va siendo momento de ir a dónde quiero
llegar, que es a plantear la gestión que se hace actualmente del tiempo como
una violencia social.
Un bebé necesita nueve meses, cuarenta semanas de gestación,
para nacer, pero puede escoger el día con un amplio margen de dos semanas. Una
madre no puede retrasarse ni cinco minutos en recoger a su hijo o hija a la
salida del colegio por la tarde. El hijo o hija se sentirá abandonado --¡¿Otra
vez, mamá?!—y la persona que haya tenido que quedarse con el infante le
dedicará su resentimiento.
Estas anécdotas pasan todos los días, sin que nadie les dé
importancia. Forman parte de las prisas que llevamos, de nuestra aceleración
por querer llegar a todo. Son parte de una presión silenciosa que nos va
ahogando y que señalamos como violencia social.
Hace mucho que la mujer se incorporó al mundo laboral en
igualdad de condiciones que el varón. La casa se ha quedado vacía, pero
seguimos ejerciendo nuestro derecho a tener una familia. La conciliación familiar
se ha quedado en humo, en nada. Los políticos y los medios de comunicación han
sabido captar la necesidad desesperada de los padres y desviarla hacia….¿las
personas que dirigen las empresas que les obligan a trabajar cada vez más horas
por menos salario?; ¿los legisladores que no tienen en cuenta que los niños se
suelen poner enfermos?; ¿la publicidad que nos abduce el cerebro para que no
paremos de desear cosas trabajando más para obtenerlas? No, nada de eso.
Resulta que han sabido muy bien dirigir esa rabia, esa frustración e
impotencia, hacia la escuela. La escuela es la culpable de todos los males, hoy
por hoy.
De todas formas, aunque la escuela cumpla mejor o peor con
su papel, aunque se alargue la jornada escolar con las extraescolares, aunque
aparquemos a nuestras personas ancianas en residencias, sabemos que algo no
está funcionando. Y este mal
funcionamiento social genera violencia. Las familias son un núcleo de
tensiones: los problemas económicos, la falta de tiempo, las adicciones, los
problemas de relación con adolescentes,
la inestabilidad laboral o el paro… La violencia dispara el maltrato, las
adicciones, el consumo de antidepresivos o ansiolíticos, el suicidio.
Antes de plantear posibles soluciones, habría que afrontar
los problemas, hablarlos, reconocerlos. Cuando se pide, por ejemplo, a los
trabajadores movilidad geográfica, ¿se está teniendo en cuenta que pueden tener
una familia?
¿Por qué las personas trabajadoras tenemos que salir
baratas, ser flexibles, reinventarnos y no generar ningún tipo de problemas? ¿Y
si se me pone malito el niño?; ¿lo abandono?
Quizás podríamos empezar por cuestionarnos las grandes
verdades asumidas como precepto divino: ¿el trabajo tiene que ser lo opuesto a
la vida?; ¿es el valor supremo?; ¿lo justifica todo?
Hay un tiempo de valor incalculable, un tiempo de calidad que es el que dedicamos a nuestras aficiones, a compartir momentos con las personas que amamos, a divagar... La
cantinela de “no te tengo tiempo” es una idea inoculada perniciosa y
deshumanizadora.
domingo, 9 de agosto de 2020
LA DEPENDIENTA Y BYUNG CHUL HAN
La guerra. Triste guerra
W. es un niño inteligente, tímido, que sabe de programación y habla tres idiomas. W. es el niño más triste que he conocido. Lo he visto sonr...
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