domingo, 19 de enero de 2020

Un mundo sin violencia





Podemos estar viviendo en  la era más pacífica de nuestra especie, afirma S. Pinker. Otros señalan que los niveles de riqueza, desarrollo y democracia, van en aumento. La expectativa de vida global se sitúa en torno a los 70 años cuando no era de más de 38 a principios del siglo XX. Pero la percepción general que tenemos no es la de que el mundo vaya a mejor. Al contrario, la violencia parece extenderse como una epidemia por todos los ámbitos que hasta hace poco considerábamos seguros: violencia familiar, escolar, laboral... Las guerras nos quedan lejos, es cierto, pero sus damnificados llegan todos los días a nuestras costas.

La frustración y el dolor que genera la violencia, oscurece nuestro horizonte de futuro. Chantal Maillard reflexiona sobre este tema en su libro, ¿Es posible un mundo sin violencia?, preguntándose de partida,  sobre la dificultad de herir nuestras sensibilidades. 
Nuestra indiferencia se explica por la otredad y por la distancia. Siempre es a los “otros”, los desemejantes,  a los que les pasan cosas. Por eso podemos seguir haciendo nuestra vida como si nada.  Descontextualizada, la violencia se convierte en espectáculo y como espectadores, nuestras emociones ya no serán primarias sino estéticas y manipuladas.

Chantal Maillard lanza algunas propuestas: ampliemos el marco de percepción; démonos cuenta de que todo está conectado;  disminuyamos “el ansia”, dejemos de desear y cambiemos el sistema de valores; modifiquemos también nuestro modelo de racionalidad, de un si
stema jerárquico a un sistema interconectado en el que el respeto se obtiene solo por ser.
Hay una metáfora que utiliza para explicar su propuesta de cambio de paradigma: Pasemos del árbol de Porfirio que estructura el saber de modo jerárquico, al gran baniano del Jardín Botánico de Calcuta que crece en horizontal con raíces aéreas que son rama y tronco a la vez y se extiende sobre una superficie de unos 12000 metros.

Pasemos, nos dice, “De la moral de la reciprocidad a la moral de la compasión”.  
Sus ideas  no nos tranquilizan para que sigamos consumiendo mientras nos sentimos mejores personas o más listas. No establece un programa para cambiar el mundo. Pero pueden ser un buen antídoto contra la esclerosis de nuestra sensibilidad.

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