El umbral separa el espacio sagrado del que no lo es. Nos indica que más allá está el misterio, lo desconocido. Es así en todas las religiones.
La sociedad actual nos coacciona para la transparencia. La transparencia tiene como objetivo la eliminación de lo otro, pues desaparece toda oscuridad o misterio. Si somos transparentes, si eliminamos "toda forma de negatividad", todos somos iguales.
El exigirnos transparencia es un modo de violencia, dice Byung-Chul Han. El imperativo de la transparencia elimina la distancia, la discreción, es decir, la puerta. Obliga a la continua exposición y hace de cada sujeto "un objeto publicitario".
Las redes sociales funcionarían como un panóptico electrónico que fomenta nuestra tendencia al exhibicionismo y voyeurismo.
La sociedad del control se colma cuando son los mismos individuos los que se autoexponen, a cambio del "megusteo", se convierten en objetos publicitarios.
Abro twitter. Una de las personas que sigo escribe un post en el que dice que a su mujer le acaban de diagnosticar un cáncer. Me quedó atónita. Recibe de inmediato miles de respuestas.
Otro, cuenta que está muy deprimido y que va a tomar medicación. Otro, cuenta cómo ha sido su último encuentro sexual. Otro, escribe lo que le acaba de responder su hijo pequeño... ¿Lo contamos todo en las redes?
Para Han, la comunicación sin escenografía se convierte en pornografía. El autor aduce que la narración necesita de un escenario, un tiempo y un espacio; que al tener una estructura está siempre abierta a la reorganización y la reescritura. La narración sería lo opuesto a la adición. Lo que vertemos en las redes sería un cúmulo de datos, fotografías, informaciones que se sumarían para cumplir con la invocación al exhibicionismo.
Por otra parte, Bruno Patino, en su ensayo La civilización de la memoria de pez. Pequeño tratado sobre el mercado de la atención, denuncia cómo se manipula nuestra falta de atención para que acabemos viendo en el móvil solo aquello que nos emociona o hace reaccionar, por ejemplo, compartiéndolo. El objetivo: manipular nuestra atención para crear dependencia de los servicios digitales y colarnos la publicidad. Ambos coinciden en que el fin último es económico. De manera que, si bien internet sigue siendo una ventana al mundo, el paisaje al que accedemos está cada vez más dirigido, restringido, y mercantilizado. LLega un momento en el que ya no podemos distinguir qué es la realidad, qué se está vendiendo y quién lo vende.
Bibliografía: Byung-Chul, H. (2016), Topología de la violencia, Barcelona, Editorial Herder.
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