martes, 27 de abril de 2021

TRIPAS


 TRIPAS

Durante una exposición de clase, nos explicaba el alumno que Nerón cubría a sus víctimas con pieles ensangrentadas antes de lanzarlas a ser devoradas por los perros hambrientos. La escena descrita se traduce casi de inmediato en una imagen mental. Los romanos, con los que estamos tan emparentados, fueron un pueblo fascinado por la violencia, que hicieron de ella un espectáculo de masas.

Hoy no tenemos circo romano,  pero las imágenes violentas nos continúan impactando a través de los medios de comunicación, las redes, las aplicaciones de internet, las ficciones televisadas.  Incluso los expertos afirman que en términos absolutos “se ha disparado la contemplación de la violencia diferida que recogen los medios audiovisuales. Ya no presenciamos decapitaciones en la plaza pública, pero las visionamos en You Tube”. (Pérez, J.C., 2018).

 Además, con la experiencia  que tenemos, podemos asegurar que esas imágenes son cada vez más truculentas, realistas, impactantes.  Nos acostumbramos rápidamente al horror y necesitamos mayores dosis de este para que nos continúen afectando.

Al mismo tiempo que la sensibilidad hacia el sufrimiento animal se extiende, que nos preocupamos por la devastación de los ecosistemas, por reciclar y evitar los traumas de los infantes, como si un lado alimentase al otro, la violencia que consumimos diariamente a través de imágenes y ficciones, va en aumento.

Actrices que protagonizan escenas violentas en series como Juego de Tronos, se han quejado de haberse sentido maltratadas durante su filmación.  No es un tema baladí.  Cuando les comento a mis alumnos de doce años que dicha serie tiene escenas muy violentas, me responden con extrañeza que “eso no es nada”, que por supuesto que la han visto (no sé si será cierto).

Otro tema es la violencia en los videojuegos o la exposición temprana a contenidos pornográficos que sufren los preadolescentes.  Trato de que entiendan que el ver este tipo de cosas no les hace más mayores, sino que es como si les atrofiasen, les sustrayesen su sensibilidad.  Me miran como si fuese una especie de mojigata, lo que quizás estén pensando ahora mismo los lectores del blog. No me considero una defensora de la moral ni de las buenas costumbres. Solamente propongo una reflexión: ¿qué necesidad hay de incluir escenas explícitas de violaciones y descuartizaciones  en cada película, serie…? Es como si elaborasen la obra  con los ingredientes seguros, esos que saben que triunfan aunque el guion sea un aburrimiento: sexo, violencia y tripas. 

Juan Carlos Pérez Jiménez nos avisa: “La exposición continua a programas violentos produce, definitivamente, un efecto en el niño, que refuerza una conducta o actitud ya existente o que le enseña nuevas formas de comportamiento”.

Como sociedad tenemos actitudes y discursos totalmente contradictorios. Hemos logrado que los niños no sean objeto de violencia física, al menos sin que esto tenga consecuencias jurídicas, y sin embargo, los dejamos solos con el ordenador o la tablet expuestos a  todos esos vídeos e imágenes llenos de horrores que circulan libremente por la red.

Bibliografía: Pérez, J.C. (2018), La violencia como espectáculo. Un deseo ardiente, un placer secreto y un delicioso escalofrío, Revista Stultifera, 1 (1), 13-29.

DOI: 10.4206/rev.stultifera.2018.v1n1-02


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