TRIPAS
Durante una exposición de clase, nos explicaba el alumno que
Nerón cubría a sus víctimas con pieles ensangrentadas antes de lanzarlas a ser
devoradas por los perros hambrientos. La escena descrita se traduce casi de
inmediato en una imagen mental. Los romanos, con los que estamos tan
emparentados, fueron un pueblo fascinado por la violencia, que hicieron de ella
un espectáculo de masas.
Hoy no tenemos circo romano, pero las imágenes violentas nos continúan
impactando a través de los medios de comunicación, las redes, las aplicaciones
de internet, las ficciones televisadas.
Incluso los expertos afirman que en términos absolutos “se ha disparado
la contemplación de la violencia diferida que recogen los medios audiovisuales.
Ya no presenciamos decapitaciones en la plaza pública, pero las visionamos en
You Tube”. (Pérez, J.C., 2018).
Además, con la
experiencia que tenemos, podemos
asegurar que esas imágenes son cada vez más truculentas, realistas,
impactantes. Nos acostumbramos
rápidamente al horror y necesitamos mayores dosis de este para que nos
continúen afectando.
Al mismo tiempo que la sensibilidad hacia el sufrimiento
animal se extiende, que nos preocupamos por la devastación de los ecosistemas,
por reciclar y evitar los traumas de los infantes, como si un lado alimentase
al otro, la violencia que consumimos diariamente a través de imágenes y
ficciones, va en aumento.
Actrices que protagonizan escenas violentas en series como
Juego de Tronos, se han quejado de haberse sentido maltratadas durante su filmación.
No es un tema baladí. Cuando les comento a mis alumnos de doce años
que dicha serie tiene escenas muy violentas, me responden con extrañeza que
“eso no es nada”, que por supuesto que la han visto (no sé si será cierto).
Otro tema es la violencia en los videojuegos o la exposición
temprana a contenidos pornográficos que sufren los preadolescentes. Trato de que entiendan que el ver este tipo
de cosas no les hace más mayores, sino que es como si les atrofiasen, les
sustrayesen su sensibilidad. Me miran
como si fuese una especie de mojigata, lo que quizás estén pensando ahora mismo
los lectores del blog. No me considero una defensora de la moral ni de las
buenas costumbres. Solamente propongo una reflexión: ¿qué necesidad hay de
incluir escenas explícitas de violaciones y descuartizaciones en cada película, serie…? Es como si
elaborasen la obra con los ingredientes
seguros, esos que saben que triunfan aunque el guion sea un aburrimiento: sexo,
violencia y tripas.
Juan Carlos Pérez Jiménez nos avisa: “La exposición continua
a programas violentos produce, definitivamente, un efecto en el niño, que
refuerza una conducta o actitud ya existente o que le enseña nuevas formas de
comportamiento”.
Como sociedad tenemos actitudes y discursos totalmente contradictorios.
Hemos logrado que los niños no sean objeto de violencia física, al menos sin
que esto tenga consecuencias jurídicas, y sin embargo, los dejamos solos con el
ordenador o la tablet expuestos a todos
esos vídeos e imágenes llenos de horrores que circulan libremente por la red.
Bibliografía: Pérez, J.C. (2018), La violencia como
espectáculo. Un deseo ardiente, un placer secreto y un delicioso escalofrío, Revista Stultifera, 1 (1), 13-29.
DOI: 10.4206/rev.stultifera.2018.v1n1-02