miércoles, 26 de febrero de 2020

El hombre es un lobo para el hombre


“El hombre es un lobo para el hombre”, homo homini lupus. Quizás  tendríamos que haber empezado el blog con esta locución latina, popularizada por Thomas Hobbes, filósofo del XVII. Hobbes no tenía un buen concepto de la especie humana;  pensaba que somos seres violentos y egoístas necesitados de una organización social capaz de controlarnos.


Una sala,  en el Museo de la Evolución Humana de Burgos, relaciona la película 2001. Una odisea en el espacio, con la teoría de El mono asesino de Raymond Dart.  En la película se hace coincidir la evolución de los seres humanos con el descubrimiento del uso de herramientas como armas letales. Dart, en 1953, lanzó  la hipótesis de que era la violencia lo que había provocado la evolución de la especie humana, al tener que cazar y defender el territorio.  Konrad Lorenz, en 1964, añadirá la necesidad de inventar herramientas para cazar y defenderse,  como motivo de la falta de inhibición de la violencia o de regulación que sí tendrían otros cazadores sociales.

La cuestión está planteada desde muy antiguo y ha generado muchos debates. 
A la antropóloga Margaret Mead ,  sus investigaciones sobre los pueblos de los Mares del Sur, la llevarían a afirmar : “La guerra es una invención, no una necesidad biológica”.
Esta posición es la que defiende la UNESCO en su  Declaración de Sevilla de 1986, elaborada por un grupo de científicos que tras contrastar las teorías ambientalistas y biologicistas, llegaron a la conclusión de que:
“Es científicamente incorrecto afirmar que la guerra o cualquier otra forma de conducta violenta está genéticamente programada en la naturaleza humana”.
“El comportamiento es algo complejo que no solo viene determinado por los genes, sino también por la educación, es decir, el entorno social y ecológico”.
La cuestión es importante porque la supuesta violencia natural de la especie humana ha venido sirviendo de coartada y justificación a los belicistas y a los que defienden el uso legítimo de la violencia para la defensa, así como el uso de armas.  A los pacifistas, a los que defendemos la cultura de la paz, se nos tacha de “flower power” e ingenuos, de falta de realismo, de desconocimiento de la teoría darwinista de la evolución.
Cierto optimismo es recogido por  Steven Pinker en Los mejores ángeles de nuestra naturaleza (2011),  donde afirma que  la violencia natural de nuestra especie fue disminuyendo cuando abandonamos el nomadismo y constituimos formas de sociedad. En esta línea estarían las teorías que afirman que no sería la violencia el detonante del cambio en la evolución, sino la capacidad de colaboración, la empatía y la solidaridad social lo que nos habría hecho evolucionar y sobrevivir como especie.
Lo cierto es que las últimas investigaciones confirman que “la violencia letal está profundamente arraigada en el linaje de los primates”  y que los seres humanos “heredaron su propensión a la violencia”. A esa conclusión llega el artículo de José María Gómez y otros investigadores  de la Universidad de Granada, publicado  en la  revista Nature:  Las raíces filogenéticas de la violencia letal humana. Comparando la tasa de violencia letal dentro de la misma especie en más de 1000 mamíferos, vieron que esta aumenta en los mamíferos territoriales como los primates, con los que hemos compartido una tasa similar , en torno al 2% desde el paleolítico. Desmintiendo a Hobbes y Pinker, esta violencia no habría disminuido al conformarnos en sociedades e incluso se detecta un aumento con la conformación de sociedades caciquiles, estados e imperios. Solo se detecta una disminución de esta tasa en los últimos cien años, con el desarrollo de sociedades democráticas.
Admitiendo que la violencia sea en parte genética, sigue sin poderse negar la relevancia de la cultura, del ambiente y de la educación. Al fin, que como especie hayamos conseguido rebajar esta tasa en los últimos cien años no deja de ser un logro positivo.El nuevo enfoque de la Teoría de sistemas propone una nueva visión de la vida, un enfoque holístico, ecológico,  en la que la teoría de la evolución darwinista quedaría  desfasada, pues parece comprobado que la vida es un sistema de interdependencia en el que no puede pensarse la supervivencia de un modo individual. Por lo tanto,  si bien puede que la violencia tenga un componente genético, como especie deberíamos de aspirar a una evolución en la que pudiésemos rebajar al máximo esa tasa de violencia letal; de manera que  empezásemos a reconocer y respetar nuestra interconexión y dependencia con el resto de formas de vida.

Bibliografía:

 Gómez, J., Verdú, M., González-Megías, A. et al. Las raíces filogenéticas de la violencia letal humana. Nature 538, 233–237 (2016). https://doi.org/10.1038/nature19758

Pinker, S. (2011), Los mejores ángeles de nuestra naturaleza, Barcelona, España, Paidós.

 

 





 

 






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