sábado, 28 de enero de 2023

La guerra. Triste guerra

W. es un niño inteligente, tímido, que sabe de programación y habla tres idiomas. W. es el niño más triste que he conocido. Lo he visto sonreír solo un par de veces en una clase en la que todos los días se nos ocurren excusas para echarnos unas risas. 
Mi clase es una clase de español. 
W. es, como habrán imaginado, un niño desplazado por la guerra con su familia. La guerra entre Rusia y Ucrania que pronto cumplirá un año sin que se aproxime el desenlace.
Ha habido, desde el comienzo del conflicto,  una fuerte propaganda mediática en contra de Rusia y de Putin. No voy a entrar en las razones políticas que lo justifican.
Han iniciado una guerra y la mantienen. Las imágenes que nos llegan son borrosas, lejanas, como si el conflicto se estuviese desarrollando en otro planeta. Del conflicto solo conozco, realmente, los ojos tristes de W.
Pienso en que hay responsables: esos dirigentes que no hicieron nada por evitar la guerra, los que la planearon, los que la iniciaron y los que ahora siguen prolongándola hasta no sabemos dónde.
Esos salen en las fotos y duermen en sus camas calientes sin rastro de mala conciencia. 
Insisto: lo de malos y buenos queda muy bien en las películas. Lo cierto es que existen soluciones no violentas para los conflictos y solo falta la voluntad de buscarlas. No, no tienen forma de tanque.





lunes, 19 de julio de 2021

PREMIO BLOG DEL DÍA

 


¡Estamos de enhorabuena!: el blog aprecmedia ha recibido el premio "Blog de día" que otorga blogdeldia.org

Nos ha hecho muy felices y queremos compartir la noticia con todas las personas de la blogosfera.

Cuando comienzas un blog, aspiras a aportar algo de belleza a este espacio. Puede que solo equivalga al aleteo de una mariposa, pero quién sabe hasta pueden llegar sus efectos. 

Gracias a Marta Sanz por la labor que hacen dando a conocer blogs como aprecmedia, que según su selecto criterio, merecen visibilidad.

Podéis leer la entrevista en: https://www.blogdeldia.org/2021/07/aprec-agencia-para-la-resolucion-de-conflictos-mediacion/




jueves, 20 de mayo de 2021

EL PATIO



En cuanto suena la música, los pasillos y las escaleras se llenan de gente que desciende hacia el patio y hacia la cafetería. En la cafetería, rápidamente se hace una cola para recoger los bocadillos  encargados o para pedir algo de almuerzo. Rubén ha conseguido acercarse a la barra, pero la mujer parece no verlo. Intenta llamar su atención:

--¡Disculpa...!
La mujer se mueve todo lo rápida que puede sirviendo paninis, zumos, empanadillas y chuches.
Rubén lo intenta de nuevo:
--Disculpa, ¿me das un cruasán?
La mujer le mira, pero continúa atendiendo a las personas de su lado.
Finalmente se vuelve y coge un cruasán y se lo entrega.
Rubén le da las monedas y se da la vuelta para irse hacia el patio. Detrás de él se han situado cuatro alumnos más mayores que él. Cuando intenta abrirse paso, empiezan a empujarlo haciendo como que les ha molestado. El cruasán cae al suelo. Rubén lo ve caer y mordiéndose los labios sale en dirección al patio.
El cruasán queda en el suelo, en medio de los tipos que se ríen y se piden unos a otros que lo cojan. Nadie se anima.    Un segundo, 50 segundos, un minuto... Los matones pierden el interés por el cruasán. Me ha llegado el turno en la barra. Cuando vuelvo a girarme el cruasán ha desaparecido, Los matones todavía siguen ahí.

La violencia social se extiende por debajo de lo cotidiano como una mancha de petróleo invisible y en algún momento  salta la chispa y se provoca el incendio. Lo sofocamos y nos olvidamos de que la mancha sigue aumentando su extensión, ganando terreno.

La vida se está poniendo difícil y esto se percibe de manera muy clara en los centros escolares. Las familias sobrepasadas no pueden hacer frente a los problemas de adolescentes enganchados al móvil y a los juegos online (a veces a sustancias peores).  Faltos de habilidades sociales y con mucho malestar, habiendo dormido poco, se presentan diariamente en el instituto que perciben como una especie de centro penitenciario en el que serás sancionado a nada que te saltes las normas.

Se construyen espejismos sobre el aprendizaje que no deja de ser una carrera de obstáculos en la que el alumnado es tratado como seres inacabados que serán año tras año seleccionados para que al final solo lleguen los mejores, académicamente hablando.

Hay poca empatía, solidaridad, generosidad, en el sistema educativo. Aunque se llenen los vestíbulos con murales que recogen los valores a defender, la realidad sigue pasando de largo, sin detenerse. Los empujones, zancadillas e incluso la cruel invisibilidad siguen dándose en los pasillos. Al final todos sobrevivimos como podemos. Pero de cuando en cuando, la chispa salta y se monta. Al día siguiente, todo habrá vuelto a la normalidad.

martes, 27 de abril de 2021

TRIPAS


 TRIPAS

Durante una exposición de clase, nos explicaba el alumno que Nerón cubría a sus víctimas con pieles ensangrentadas antes de lanzarlas a ser devoradas por los perros hambrientos. La escena descrita se traduce casi de inmediato en una imagen mental. Los romanos, con los que estamos tan emparentados, fueron un pueblo fascinado por la violencia, que hicieron de ella un espectáculo de masas.

Hoy no tenemos circo romano,  pero las imágenes violentas nos continúan impactando a través de los medios de comunicación, las redes, las aplicaciones de internet, las ficciones televisadas.  Incluso los expertos afirman que en términos absolutos “se ha disparado la contemplación de la violencia diferida que recogen los medios audiovisuales. Ya no presenciamos decapitaciones en la plaza pública, pero las visionamos en You Tube”. (Pérez, J.C., 2018).

 Además, con la experiencia  que tenemos, podemos asegurar que esas imágenes son cada vez más truculentas, realistas, impactantes.  Nos acostumbramos rápidamente al horror y necesitamos mayores dosis de este para que nos continúen afectando.

Al mismo tiempo que la sensibilidad hacia el sufrimiento animal se extiende, que nos preocupamos por la devastación de los ecosistemas, por reciclar y evitar los traumas de los infantes, como si un lado alimentase al otro, la violencia que consumimos diariamente a través de imágenes y ficciones, va en aumento.

Actrices que protagonizan escenas violentas en series como Juego de Tronos, se han quejado de haberse sentido maltratadas durante su filmación.  No es un tema baladí.  Cuando les comento a mis alumnos de doce años que dicha serie tiene escenas muy violentas, me responden con extrañeza que “eso no es nada”, que por supuesto que la han visto (no sé si será cierto).

Otro tema es la violencia en los videojuegos o la exposición temprana a contenidos pornográficos que sufren los preadolescentes.  Trato de que entiendan que el ver este tipo de cosas no les hace más mayores, sino que es como si les atrofiasen, les sustrayesen su sensibilidad.  Me miran como si fuese una especie de mojigata, lo que quizás estén pensando ahora mismo los lectores del blog. No me considero una defensora de la moral ni de las buenas costumbres. Solamente propongo una reflexión: ¿qué necesidad hay de incluir escenas explícitas de violaciones y descuartizaciones  en cada película, serie…? Es como si elaborasen la obra  con los ingredientes seguros, esos que saben que triunfan aunque el guion sea un aburrimiento: sexo, violencia y tripas. 

Juan Carlos Pérez Jiménez nos avisa: “La exposición continua a programas violentos produce, definitivamente, un efecto en el niño, que refuerza una conducta o actitud ya existente o que le enseña nuevas formas de comportamiento”.

Como sociedad tenemos actitudes y discursos totalmente contradictorios. Hemos logrado que los niños no sean objeto de violencia física, al menos sin que esto tenga consecuencias jurídicas, y sin embargo, los dejamos solos con el ordenador o la tablet expuestos a  todos esos vídeos e imágenes llenos de horrores que circulan libremente por la red.

Bibliografía: Pérez, J.C. (2018), La violencia como espectáculo. Un deseo ardiente, un placer secreto y un delicioso escalofrío, Revista Stultifera, 1 (1), 13-29.

DOI: 10.4206/rev.stultifera.2018.v1n1-02


miércoles, 14 de abril de 2021

A CONTRARRELOJ

 


 

¿Qué es el tiempo? Parece que fueron los sumerios los primeros en dividir los movimientos del cielo en intervalos mensurables: 360 para días para contar un año, seis veces sesenta. Esa esfera redonda que llamamos reloj y que divide el tiempo en doce partes de sesenta minutos tiene algo de sistema perfecto, fascinante.  Son  esos objetos perfectos que nunca dejarán de existir, aunque los nuevos formatos tecnológicos les hagan la competencia.

El tiempo, ¿lo dijo Charles Chaplin?, "es el mejor autor; siempre encuentra el final perfecto".

“Tú tienes reloj, yo tengo tiempo”, le dijo el tuareg Moussa Ag Assarid al periodista Víctor M. Amela durante una entrevista en La Vanguardia.  Es pensar en esa frase y me parece ver ante mí la arena del desierto, sentir la brisa cálida, ver a los camellos avanzar lentamente en caravana sobre la cresta del duna.

Cuando visité Marruecos,  me llamaba mucho la atención los cafés, llenos de hombres que parecían estar ahí simplemente contemplando el transcurrir del tiempo, totalmente ajenos a ajetreo de los viandantes y de los vehículos en una ciudad estresada.  ¿Cómo podían permitirse el lujo de estar ahí  sentados, tan tranquilamente?, me preguntaba. ¿Acaso no tendrán que ganarse la vida?, ¿nada qué hacer?

En  nuestra cultura nos educan desde niños con el imperioso mandato de “no perder el tiempo” y hoy en día será raro encontrar a alguien que no se queje de estrés y de falta de tiempo. Su carencia nos sirve de excusa para no llamar a los padres, a las hermanas o amigas. Nos hemos convertido todos en el conejo apresurado del cuento de Alicia.

Sin embargo, el tiempo, aparte de ser algo objetivo, medible, mesurable, es una ilusión. Sabemos que es, en su paso,  irremediable. Pero que la vivencia del tiempo cada uno la tiene para sí.

En cuanto tenemos tiempo, nos entra la angustia de no saber cómo matarlo. “Matar el tiempo”, bonita expresión. Siempre vamos buscando la manera de que el tiempo  pase rápido, porque si no, sentimos que nos aburrimos, que  algo va mal.

En las películas, en las series, las personas ricas, de éxito, o están tumbadas tomando el sol en la piscina o están corriendo de un lado para otro. No hay término medio. Y así vivimos.

Podríamos seguir con estas reflexiones en torno al tiempo, pero ya se sabe, “el tiempo es oro” y va siendo momento de ir a dónde quiero llegar, que es a plantear la gestión que se hace actualmente del tiempo como una violencia social.

Un bebé necesita nueve meses, cuarenta semanas de gestación, para nacer, pero puede escoger el día con un amplio margen de dos semanas. Una madre no puede retrasarse ni cinco minutos en recoger a su hijo o hija a la salida del colegio por la tarde. El hijo o hija se sentirá abandonado --¡¿Otra vez, mamá?!—y la persona que haya tenido que quedarse con el infante le dedicará su resentimiento.

Estas anécdotas pasan todos los días, sin que nadie les dé importancia. Forman parte de las prisas que llevamos, de nuestra aceleración por querer llegar a todo. Son parte de una presión silenciosa que nos va ahogando y que señalamos como violencia social.

Hace mucho que la mujer se incorporó al mundo laboral en igualdad de condiciones que el varón. La casa se ha quedado vacía, pero seguimos ejerciendo nuestro derecho a tener una familia. La conciliación familiar se ha quedado en humo, en nada. Los políticos y los medios de comunicación han sabido captar la necesidad desesperada de los padres y desviarla hacia….¿las personas que dirigen las empresas que les obligan a trabajar cada vez más horas por menos salario?; ¿los legisladores que no tienen en cuenta que los niños se suelen poner enfermos?; ¿la publicidad que nos abduce el cerebro para que no paremos de desear cosas trabajando más para obtenerlas? No, nada de eso. Resulta que han sabido muy bien dirigir esa rabia, esa frustración e impotencia, hacia la escuela. La escuela es la culpable de todos los males, hoy por hoy.

De todas formas, aunque la escuela cumpla mejor o peor con su papel, aunque se alargue la jornada escolar con las extraescolares, aunque aparquemos a nuestras personas ancianas en residencias, sabemos que algo no está funcionando.  Y este mal funcionamiento social genera violencia. Las familias son un núcleo de tensiones: los problemas económicos, la falta de tiempo, las adicciones, los problemas de relación  con adolescentes, la inestabilidad laboral o el paro… La violencia dispara el maltrato, las adicciones, el consumo de antidepresivos o ansiolíticos, el suicidio.

Antes de plantear posibles soluciones, habría que afrontar los problemas, hablarlos, reconocerlos. Cuando se pide, por ejemplo, a los trabajadores movilidad geográfica, ¿se está teniendo en cuenta que pueden tener una familia?

¿Por qué las personas trabajadoras tenemos que salir baratas, ser flexibles, reinventarnos y no generar ningún tipo de problemas? ¿Y si se me pone malito el niño?; ¿lo abandono?

Quizás podríamos empezar por cuestionarnos las grandes verdades asumidas como precepto divino: ¿el trabajo tiene que ser lo opuesto a la vida?; ¿es el valor supremo?; ¿lo justifica todo?

Hay un tiempo de valor incalculable, un tiempo de calidad que es el que dedicamos a nuestras aficiones, a compartir momentos con las personas que amamos,  a divagar... La cantinela de “no te tengo tiempo” es una idea inoculada perniciosa y deshumanizadora.

domingo, 9 de agosto de 2020

LA DEPENDIENTA Y BYUNG CHUL HAN


LA DEPENDIENTA Y BYUNG CHUL HAN


La novela La dependienta de Sayaka Murata, es un libro extraño. Se nos publicita como una novela que expresa lo difícil que es integrarse en el mundo para las personas que son diferentes. Sin embargo, leerla después del ensayo de Buyung Chul Han, Topología de la violencia, te da una perspectiva muy distinta sobre la novela. 
La protagonista, Furukura, es la mujer que narra en primera persona sus intentos por pasar por una persona normal. La etiqueta de "normal" funciona aquí como una especie de validación que los otros te otorgan. Furukura se esfuerza mucho por lograr esa etiqueta y para ello observa y copia lo que se supone hacen las personas normales. 
El contraste cómico se articula precisamente en esos intentos de Furukura por pasar por una persona normal. 
El caso es que Furukura, para aparentar ser una persona normal, se ha convertido en una especie de robot. Su perplejidad también deja "desnudas" nuestras pautas de funcionamiento como seres normales, pues evidencia la falta de racionalidad de nuestras costumbres. 
Es en esa deshumanización, en esa autoexplotación, donde la novela nos recuerda al ensayo de Byung. Ella cuida su descanso y su alimentación, así como su buena presencia física, solo para desempeñar su rol en la tienda. No come porque le de placer, pues los alimentos no le saben a nada. Come porque ha de tener energía para desempeñar su trabajo.
Al igual que explica Buyung, la presión para funcionar de esa manera no proviene de la sociedad, ni de nada externo; es algo interior, personal. Es la protagonista la que se autoexplota, la que deja que incluso la música de la tienda ocupe continuamente su mente. Prefiere ser una dependienta a una hembra humana. Porque el mundo de la tienda es un mundo racional, previsible, lógico, que ella controla. El otro mundo es el mundo primitivo, el de las emociones y las pulsiones en el que ella no sabe cómo desenvolverse.
En la novela asistimos a la posesión de un ser humano por una organización robótica como una tienda de tipo konbini.
Cuando cada vez más se desvirtúa la importancia de las emociones y los sentimientos, parece que el ideal futuro es una humanidad de Furukuras.
También los consumidores que entran en la tienda konbini son proyectados como semidioses. Hay que satisfacer rápidamente sus deseos y necesidades. 

A ratos se trata de una novela cómica, pero al final es más bien una novela de terror. 


La guerra. Triste guerra

W. es un niño inteligente, tímido, que sabe de programación y habla tres idiomas. W. es el niño más triste que he conocido. Lo he visto sonr...