sábado, 13 de junio de 2020

Estudios sobre el origen de la violencia. Leyendo a Rita Laura Segato (II)


Segato nos hablaba de dos ejes cuya tensión conforma las relaciones sociales. En ambos ejes, la posición o estatus va acompañada de determinados signos diferenciadores. Pero no basta obtener los signos para cambiar de estatus. No por tener una marca de coche determinada o un iphone o vivir en determinada zona puedo asegurarme que cambio de estatus. Los índices son importantes, aunque no suficientes. Entre los hombres, un índice de estatus es la mujer con la que se emparejan, más joven y bella cuanto más rico y poderoso. Ahora bien,  si el individuo pobre y  marginal que vive en las afueras se empareja con su vecina, veinte años más joven, dudo mucho que su estatus mejore significativamente.
Los signos no bastan, ya los sabemos. Pero para estar arriba, hay que tener a alguien debajo. Este es indicio seguro. Por eso parece ser que cuanto menos poder social, más importancia tienen los signos de masculinidad, más “machito”, vaya, hay que mostrarse. Por muy pobre que seas siempre podrás dominar, estar por encima de una mujer.
La violencia física es un problema gravísimo que sufren muchas mujeres en todo el mundo, pero ahora vamos a hablar de otro tipo de violencia: la  violencia psicológica o como prefiere Segato, moral. La violencia moral podemos encontrarla en cualquier familia como lo más normalizado. Esta violencia se ejerce sobre la mujer desde la infancia y es difícil de identificar precisamente por eso, porque está muy normalizada. Hay que hablar de ella y ponerle nombre ya que es una de las causas que explican que la mujer acepte esa posición subordinada al hombre dentro de su grupo social. Es una violencia sutil que muchas veces aparece bajo el disfraz de la protección y que poco a poco, día a día, va disminuyendo la confianza de la mujer en sí misma y haciéndola sentir un ser de segunda categoría.  Ejemplos corrientes de este tipo de violencia son:
-Control económico. Cuando la mujer no es dueña del dinero que necesita, incluso a veces ni del dinero que ella misma obtiene.
-Control social. Cuando se controlan sus relaciones, se le prohíben o dificultan aquellas relaciones que se consideran poco convenientes.
-Control sobre la movilidad. La mujer no puede salir de casa libremente, tiene que hacerlo acompañada. O no puede ir por determinados sitios, o no puede viajar sola, etc.
- Menosprecio moral. Se le acusa de no ser una persona fiable, se hace recaer sobre ella la sospecha…
-Menosprecio estético. Se desprecia el cuerpo de la mujer, que se suele fragmentar buscándole faltas o errores.
-Menosprecio sexual. Aquí a la mujer la pillan siempre: si manifiesta deseo, es calentorra, puta; si no lo manifiesta, es frígida, mojigata.
-Descalificación intelectual. Hacerla creer que es menos inteligente, que ya están ellos para pensar, explicarle las cosas. Orientarla hacia estudios “de chicas”.
-Descalificación profesional. Que en la misma profesión, sea considerada menos profesional que sus compañeros varones.
Es importante ser conscientes de este tipo de maltrato y desactivarlo, por muy enraizado en las costumbres que esté o por muy interiorizado que lo tengamos.  Evitarlo es clave para prevenir la violencia de género. Como dice Segato: “Cuando la crueldad es física, no  puede prescindir del correlato moral: sin desmoralización no hay subordinación posible.” (p.122)



Bibliografía: Segato, Rita Laura (2003), Las estructuras elementales de la violencia, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes.

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