¿Qué es el tiempo? Parece que fueron los sumerios los
primeros en dividir los movimientos del cielo en intervalos mensurables: 360
para días para contar un año, seis veces sesenta. Esa esfera redonda que llamamos
reloj y que divide el tiempo en doce partes de sesenta minutos tiene algo de
sistema perfecto, fascinante. Son esos objetos perfectos que nunca dejarán de
existir, aunque los nuevos formatos tecnológicos les hagan la competencia.
El tiempo, ¿lo dijo Charles Chaplin?, "es el mejor autor; siempre encuentra el final perfecto".
“Tú tienes reloj, yo tengo tiempo”, le dijo el tuareg Moussa
Ag Assarid al periodista Víctor M. Amela durante una entrevista en La
Vanguardia. Es pensar en esa frase y me
parece ver ante mí la arena del desierto, sentir la brisa cálida, ver a los
camellos avanzar lentamente en caravana sobre la cresta del duna.
Cuando visité Marruecos,
me llamaba mucho la atención los cafés, llenos de hombres que parecían
estar ahí simplemente contemplando el transcurrir del tiempo, totalmente ajenos
a ajetreo de los viandantes y de los vehículos en una ciudad estresada. ¿Cómo podían permitirse el lujo de estar
ahí sentados, tan tranquilamente?, me
preguntaba. ¿Acaso no tendrán que ganarse la vida?, ¿nada qué hacer?
En nuestra cultura
nos educan desde niños con el imperioso mandato de “no perder el tiempo” y hoy
en día será raro encontrar a alguien que no se queje de estrés y de falta de
tiempo. Su carencia nos sirve de excusa para no llamar a los padres, a las
hermanas o amigas. Nos hemos convertido todos en el conejo apresurado del
cuento de Alicia.
Sin embargo, el tiempo, aparte de ser algo objetivo,
medible, mesurable, es una ilusión. Sabemos que es, en su paso, irremediable. Pero que la vivencia del tiempo
cada uno la tiene para sí.
En cuanto tenemos tiempo, nos entra la angustia de no saber
cómo matarlo. “Matar el tiempo”, bonita expresión. Siempre vamos buscando la
manera de que el tiempo pase rápido,
porque si no, sentimos que nos aburrimos, que
algo va mal.
En las películas, en las series, las personas ricas, de
éxito, o están tumbadas tomando el sol en la piscina o están corriendo de un
lado para otro. No hay término medio. Y así vivimos.
Podríamos seguir con estas reflexiones en torno al tiempo,
pero ya se sabe, “el tiempo es oro” y va siendo momento de ir a dónde quiero
llegar, que es a plantear la gestión que se hace actualmente del tiempo como
una violencia social.
Un bebé necesita nueve meses, cuarenta semanas de gestación,
para nacer, pero puede escoger el día con un amplio margen de dos semanas. Una
madre no puede retrasarse ni cinco minutos en recoger a su hijo o hija a la
salida del colegio por la tarde. El hijo o hija se sentirá abandonado --¡¿Otra
vez, mamá?!—y la persona que haya tenido que quedarse con el infante le
dedicará su resentimiento.
Estas anécdotas pasan todos los días, sin que nadie les dé
importancia. Forman parte de las prisas que llevamos, de nuestra aceleración
por querer llegar a todo. Son parte de una presión silenciosa que nos va
ahogando y que señalamos como violencia social.
Hace mucho que la mujer se incorporó al mundo laboral en
igualdad de condiciones que el varón. La casa se ha quedado vacía, pero
seguimos ejerciendo nuestro derecho a tener una familia. La conciliación familiar
se ha quedado en humo, en nada. Los políticos y los medios de comunicación han
sabido captar la necesidad desesperada de los padres y desviarla hacia….¿las
personas que dirigen las empresas que les obligan a trabajar cada vez más horas
por menos salario?; ¿los legisladores que no tienen en cuenta que los niños se
suelen poner enfermos?; ¿la publicidad que nos abduce el cerebro para que no
paremos de desear cosas trabajando más para obtenerlas? No, nada de eso.
Resulta que han sabido muy bien dirigir esa rabia, esa frustración e
impotencia, hacia la escuela. La escuela es la culpable de todos los males, hoy
por hoy.
De todas formas, aunque la escuela cumpla mejor o peor con
su papel, aunque se alargue la jornada escolar con las extraescolares, aunque
aparquemos a nuestras personas ancianas en residencias, sabemos que algo no
está funcionando. Y este mal
funcionamiento social genera violencia. Las familias son un núcleo de
tensiones: los problemas económicos, la falta de tiempo, las adicciones, los
problemas de relación con adolescentes,
la inestabilidad laboral o el paro… La violencia dispara el maltrato, las
adicciones, el consumo de antidepresivos o ansiolíticos, el suicidio.
Antes de plantear posibles soluciones, habría que afrontar
los problemas, hablarlos, reconocerlos. Cuando se pide, por ejemplo, a los
trabajadores movilidad geográfica, ¿se está teniendo en cuenta que pueden tener
una familia?
¿Por qué las personas trabajadoras tenemos que salir
baratas, ser flexibles, reinventarnos y no generar ningún tipo de problemas? ¿Y
si se me pone malito el niño?; ¿lo abandono?
Quizás podríamos empezar por cuestionarnos las grandes
verdades asumidas como precepto divino: ¿el trabajo tiene que ser lo opuesto a
la vida?; ¿es el valor supremo?; ¿lo justifica todo?
Hay un tiempo de valor incalculable, un tiempo de calidad que es el que dedicamos a nuestras aficiones, a compartir momentos con las personas que amamos, a divagar... La
cantinela de “no te tengo tiempo” es una idea inoculada perniciosa y
deshumanizadora.