En cuanto suena la música, los pasillos y las escaleras se llenan de gente que desciende hacia el patio y hacia la cafetería. En la cafetería, rápidamente se hace una cola para recoger los bocadillos encargados o para pedir algo de almuerzo. Rubén ha conseguido acercarse a la barra, pero la mujer parece no verlo. Intenta llamar su atención:
--¡Disculpa...!
La mujer se mueve todo lo rápida que puede sirviendo paninis, zumos,
empanadillas y chuches.
Rubén lo intenta de nuevo:
--Disculpa, ¿me das un cruasán?
La mujer le mira, pero continúa atendiendo a las personas de su lado.
Finalmente se vuelve y coge un cruasán y se lo entrega.
Rubén le da las monedas y se da la vuelta para irse hacia el patio. Detrás de
él se han situado cuatro alumnos más mayores que él. Cuando intenta abrirse
paso, empiezan a empujarlo haciendo como que les ha molestado. El cruasán cae
al suelo. Rubén lo ve caer y mordiéndose los labios sale en dirección al patio.
El cruasán queda en el suelo, en medio de los tipos que se ríen y se piden unos
a otros que lo cojan. Nadie se anima. Un segundo, 50 segundos, un
minuto... Los matones pierden el interés por el cruasán. Me ha llegado el turno
en la barra. Cuando vuelvo a girarme el cruasán ha desaparecido, Los matones
todavía siguen ahí.
La violencia social se extiende por
debajo de lo cotidiano como una mancha de petróleo invisible y en algún momento salta la chispa y se provoca el incendio. Lo
sofocamos y nos olvidamos de que la mancha sigue aumentando su extensión, ganando
terreno.
La vida se está poniendo difícil y esto se percibe de
manera muy clara en los centros escolares. Las familias sobrepasadas no pueden
hacer frente a los problemas de adolescentes enganchados al móvil y a los
juegos online (a veces a sustancias peores). Faltos de habilidades sociales y con mucho
malestar, habiendo dormido poco, se presentan diariamente en el instituto que
perciben como una especie de centro penitenciario en el que serás sancionado a
nada que te saltes las normas.
Se construyen espejismos sobre el
aprendizaje que no deja de ser una carrera de obstáculos en la que el alumnado
es tratado como seres inacabados que serán año tras año seleccionados para que al final
solo lleguen los mejores, académicamente hablando.
Hay poca empatía, solidaridad, generosidad,
en el sistema educativo. Aunque se llenen los vestíbulos con murales que
recogen los valores a defender, la realidad sigue pasando de largo, sin
detenerse. Los empujones, zancadillas e incluso la cruel invisibilidad siguen
dándose en los pasillos. Al final todos sobrevivimos como podemos. Pero de
cuando en cuando, la chispa salta y se monta. Al día siguiente, todo habrá vuelto a la
normalidad.