Podemos estar viviendo en la era más pacífica de nuestra especie, afirma
S. Pinker. Otros señalan que los niveles de riqueza, desarrollo y democracia,
van en aumento. La expectativa de vida global se sitúa en torno a los 70 años
cuando no era de más de 38 a principios del siglo XX. Pero la percepción
general que tenemos no es la de que el mundo vaya a mejor. Al contrario, la
violencia parece extenderse como una epidemia por todos los ámbitos que hasta
hace poco considerábamos seguros: violencia familiar, escolar, laboral... Las
guerras nos quedan lejos, es cierto, pero sus damnificados llegan todos los
días a nuestras costas.
La frustración y el dolor que genera la violencia, oscurece
nuestro horizonte de futuro. Chantal Maillard reflexiona sobre este tema en su
libro, ¿Es posible un mundo sin violencia?, preguntándose de partida, sobre la dificultad de herir nuestras
sensibilidades.
Nuestra indiferencia se explica por la otredad y por la
distancia. Siempre es a los “otros”, los desemejantes, a los que les pasan cosas. Por eso podemos
seguir haciendo nuestra vida como si nada.
Descontextualizada, la violencia se convierte en espectáculo y como
espectadores, nuestras emociones ya no serán primarias sino estéticas y
manipuladas.
Chantal Maillard lanza algunas propuestas: ampliemos el
marco de percepción; démonos cuenta de que todo está conectado; disminuyamos “el ansia”, dejemos de desear y
cambiemos el sistema de valores; modifiquemos también nuestro modelo de
racionalidad, de un si
stema jerárquico a un sistema interconectado en el que el
respeto se obtiene solo por ser.
Hay una metáfora que utiliza para explicar su propuesta de
cambio de paradigma: Pasemos del árbol de Porfirio que estructura el saber de
modo jerárquico, al gran baniano del Jardín Botánico de Calcuta que crece en
horizontal con raíces aéreas que son rama y tronco a la vez y se extiende sobre
una superficie de unos 12000 metros.
Pasemos, nos dice, “De la moral de la reciprocidad a la
moral de la compasión”.
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